Coger un tren de cercanías en Cataluña es una aventura, la impuntualidad es algo habitual, así que para no llegar tarde a cualquier cita tienes que salir unas cuantas horas antes de casa, y aún así, la incertidumbre hace que sea difícil evitar un ataque de nervios.
Las excusas de retraso suelen ser variopintas, aunque casi nunca es culpa de la compañía, así que cuando preguntas el motivo te pueden salir con que uno se ha tirado al tren, ha quedado hecho unos zorros y tiene que venir la ambulancia a recogerlo con pala (en este caso casi estaría justificado, pero como pasa tantas veces, al final te acostumbras, y lo vives de una manera tan natural, que serias capaz de acercarte a los trozos para pegarles bronca por las molestias causadas).
También que un coche se ha quedado parado justo en medio de las vías cuando pasaba por donde le daba la gana, que el maquinista tiene una mala tarde porque se ha peleado con su señora esposa o ha tenido un corte de digestión. Y mira por donde, casualmente, esta vez las puertas no cierran, porque se les ha aflojado un tornillo… Y podría seguir con las excusas más peregrinas o ¿reales?
Y las vueltas a casa ni os cuento, aunque a según qué horas tiene algunas ventajas. Los vagones aunque sean borregueros tienen ventanas con cristales, sucios muy sucios, pero eso hace que pienses que estás viviendo una película románticas, porque cuando intentas ver la luna o el mar a través de ellos todo está filtrado con una especie de “flou”, y si encima tienes unas cuantas dioptrías y con el traqueteo del vagón la cosa es total, porque las imágenes se difuminan y adquieren formas distorsionadas hasta unos extremos que parece que te hayas tomado un tripi (dosis de LSD para los neófitos), ¿hay alguno?
Esa imagen te puede hacer soñar, pero no todo va a ser mirar por las ventanas e imaginarte al mismísimo Neptuno (quien dice Neptuno dice Aquaman, que es como más terrenal y está un rato macizo) saludándome tridente en mano desde el mar. ¡No!. Coger el tren un viernes por la noche nos permitiría hacer un estudio sociológico sobre el estilo y comportamiento de los jóvenes en la actualidad
Así que, paso de Aquaman, y miro a mi alrededor. El vagón está a rebosar de grupos de jóvenes veinteañeros algunos arrellanados con las pies encima del asiento de enfrente, faltaría más, y a ver quien es el guapo que les dice que bajen los pies, porque la cosa se puede complicar dado su nivel de civismo.
Eso sí, todos vestidos iguales, o sea casi de uniforme: Camisetas o polo más o menos ceñidas en función de las horas de gym que le hayan administrado a su cuerpo serrano. Pantalones tejanos de diversos colores, la mayoría negros, por supuesto caídos y enseñando slip, calzados con bambas de marca, auténticas o de imitación, y el consabido corte de pelo rapado en la nuca y flequillo colgando hacia la frente (el corte se llama undercut y estuvo de moda en los 80) y que a la mayoría les sienta fatal, porque tienes que tener una buena textura de cabello, un cráneo bastante equilibrado y un rostro lo suficientemente atractivo. Y en la mayoría, por no decir ninguno, se dan esos extremos.
En una mano un vaso largo con un líquido amarronado que parece un cubata, en la otra una bolsa de supermercado con una botella gigante a la que van dando sorbos de vez en cuando, porque parece que con el ¿cubata? no tienen suficiente ¿Qué hay dentro de la botella? Lo imprescindible en un “botellón” que suele ser calimocho, que como sabéis es una mezcla de vino tinto y coca cola o cualquier otro aditamento.
Las «niñas» que les acompañan van directamente presumiendo de sujetador, bueno llamémosle como dicen las fashion “top» que apenas le tapan los pezones. De cintura para abajo microshorts, no les cubren ni medias nalgas y casi se le ven los pelos del pubis, eso las que han optado por dejarse crecer «la melena» en plan natural (como “mandan” muchas feministas trasnochadas), porque la mayoría van depiladas, y no es que yo me lo imagine, es que a las que van sentadas se les ve.
Zapatos, bueno algunas, otras tiran de bambas que cuando llevan al bar de copas o a la discoteca cambian por algún calzado mas sexi.
También están las que visten con prendas transparentes que no esconden nada, aunque sea para dar un poco de trabajo a la imaginación, tan vulgares que parecen sacadas de cualquier burdel de carretera. Sí, con todos mis respetos para quienes ejerzan la profesión más antigua del mundo y mejor remunerada, (tal como está el sueldo base, no me extraña).
La mayoría apenas son mayores de edad, y por supuesto, salen así de sus casas.
Pintadas como puertas parecen las madres de sus amigos, aunque todos tienen una edad similar, pero ellos en plan imberbe y ellas dispuestas a comerse con patatas lo que se tercie.
Y, claro, ante este despliegue estético no sabes hacia donde mirar y piensas, estas chicas no son nada perfeccionistas porque a veces para enseñar según qué cosas, mejor taparlas y ya se llevará alguno o alguna la sorpresa si llega el «momento».
Y los chicos, un desastre salvando excepciones, porque aunque estos aprendices de hombrecitos enseñaran su cuerpecito o cuerpazo, (en algunos casos), no tendrían el más mínimo interés por la impersonalidad que aparentan. Aunque repasando los asientos siempre hay algún “hombretón” que no estaría mal que imitara a las «inocentes niñitas” que abundan en el coche.
Reflexionando, y para justificar la situación decidí pensar que las apariencias engañan, pero la realidad me hizo desistir de mi empeño cuando me centré en sus comentarios, que me llevaron a la conclusión de que eran de lo más anodinos y que la palabra personalidad no saben ni que existe, cultura poca, y ellas… lo dejamos aquí.
Otra vez dirigí la mirada hacia el mar pensando que nunca renunciaré a que me guste la gente con personalidad, con inquietudes, no los que se dejan influir por tal o cual moda que recomienda la influencer de turno, que vive de la falta de criterio de esa manada de gente que parece que lo único que les interesa es ponerse hasta el culo de alcohol, y más de los que deberían, de drogas varias.
Y diréis: ¿Qué esperas viajando en cercanías? Pues yo os repetiré lo que ya he dicho en muchas ocasiones que “para descartar hay que probar” y viajar en tren puede ser toda una experiencia “religiosa» o ¿peligrosa?, depende…
Pero lo que parece ser una realidad es que la diferencia entre jóvenes de diferentes clases sociales está en las marcas de ropa que consumen y en el tipo de alcohol o drogas con el que se colocan. También en que a las “niñas”, desde muy jovencitas sus papás le han soltado la pasta suficiente para que se tuneen diferentes partes de su cuerpo, así que cuando enseñan el trasero, a nivel estético, quedan más aparentes.
Pero todos y todas cuando salen de fiesta hacen lo mismo, porque “está de moda” y es beber y drogarse. El tipo de droga que consuman dependerá del dinero de que dispongan en ese momento porque algunas dosis son más caras que otras… Pero no hay problema porque hay muchachos y muchachas que, cuando no cuentan con el suficiente “parné” y necesitan que los inviten a una “rayita”, lo consiguen a cambio de pasar un “ratito” en el lavabo.
En fin, ver esa uniformidad estética y casi personal, y hasta qué punto el alcohol forma parte de la vida de unos jóvenes que no saben divertirse sin estar colocados da un poco de grima. Y más si nos atenemos a la idea de que «el futuro está en sus manos». No sé a qué futuro se refieren, porque no parecen tener un comportamiento que fomente el crecimiento del ser humano sino más bien parece que apuesten por su retroceso.
Siempre abogaré por la libertad del individuo, para mi es lo primero y más importante, así que quien quiera enseñar el pandero que lo enseñe, quien se quiera drogar que se drogue, quien viva para emborracharse, porque de otra manera no se divierte, que lo haga, siempre que no perjudiquen con sus comportamientos a nadie, pero lo que no disculpo es la falta de personalidad, y esos jovencitos que parecen fabricados con el mismo patrón, hacen daño a la vista.
Desgraciadamente, en esta manera de actuar influyen programas de televisión como “La isla de las tentaciones”, “Gran Hermano” “Supervivientes”, etc.
En cada uno de ellos siguen concursando los que el público “salva” (que suele ser heterogéneo de entre 14 años y la veintena). Ellos deciden quien sigue en el reality y suelen elegir a los que a la primera de cambio se marcan un edredoning (léase un revolcón cubiertos por una sábana, manta o cualquier trapo que tengan a mano), por supuesto con el cámara a escasos centímetros de sus caras para que se oigan bien los gemidos), también suelen salvar a las “tías buenas” o a los “espabilaos” que se victimizan, y que terminan ganando el concurso.
Resumiendo: En estos formatos se premia tener pocas “virtudes” a menos que copular en público, ser infiel, no tener cultura, (algo que les hace hasta gracia) se considere una de ellas. Y, para rematar, son esos “listos” los que después siguen colaborando en televisión, porque “tienen su público”. Ni se te ocurra hacer todo lo contrario porque estás condenado al ostracismo más absoluto.
Este tipo de personajes son el espejo en el que se miran la mayoría de jóvenes. No sé qué pensaron los padres de estas “perlas que tienen que salvar al mundo”, aunque creo que ellos son responsables directos de este tipo de comportamientos. Y sí, educar debe de ser difícil, pero cuando se decide tener hijos también hay que responsabilizarse de ellos… Por muy incómodo que resulte.
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El Cajón de Lady Pepa, es un espacio donde caben noticias de cualquier ámbito. En está página hablaré de temas que para mi sean interesantes al margen de si son o no actualidad. Es mi espacio, y quiero que sea un reflejo de lo que me apasiona, de lo que me molesta y lo que me sorprende. Me interesa la moda, me gustan los viajes, pero sobre todo admiro a las personas que con sus ideas e iniciativas ayudan a crear un mundo mejor.
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