Mentir está de moda. Miente la gente que tenemos alrededor en cosas absurdas: Hay quienes niegan ser pareja de alguien cuando lo son; quienes presumen de tener una vida maravillosa cuando en realidad son profundamente infelices; quienes aparentan seguridad cuando son absolutamente vulnerables; quienes dicen estar bien económicamente cuando apenas llegan a fin de mes; o, quienes bajo una apariencia de bondad se aprovechan y roban a los demás. También mienten los que se declaran de izquierdas cuando son de derechas, o viceversa o quienes presumen de cultura cuando apenas saben usar YouTube.
La mayoría se proclama defensora de causas “justas” o “solidarias” según lo que dictan los informativos: si hay que posicionarse con Hamás, se hace; si toca ser independentista, se es; si conviene ser sanchista para proteger las subvenciones, también. Podemos ser cualquier cosa, porque somos absolutamente maleables, y eso lo saben bien quienes nos manipulan: desde los poderosos hasta las personas que forman parte de nuestro entorno.
Una de las cosas que más detesto es la mentira, porque solo la verdad tiene cabida en mi universo. Cuando descubro a alguien que miente, lo aparto de mi vida. La verdad tiene poca cabida en un mundo donde lo que prima es el engaño. Basta mirar a nuestro alrededor o revisar la actualidad para confirmar lo que, para mí, es el mayor de los pecados: la mentira. No la perdono, no la justifico, no la acepto. Cansa ver como en la información pública solo encontramos verdades a medias o falsedades imposibles de disimular.
En España y en el mundo, la mentira se ha convertido en una moda, y eso no sorprende si tenemos en cuenta que quienes nos gobiernan envuelven cada decisión en una bruma de engaños. Estos días, con la información centrada en la paz en Palestina, resulta más evidente hasta qué punto nos manipulan con mentiras, y hasta qué punto la gente —jóvenes, en su mayoría— salen a la calle a defender causas que no son suyas, pero que les han hecho creer que lo son, mediante mensajes subliminales o directos.
Y sin embargo las causas que deberíamos combatir y que tenemos a nuestro alrededor son la pobreza, el desempleo, la falta de vivienda, una sanidad cada vez mas peor, pensiones pequeñas que apenas permiten vivir, falta de ayudas a personas con minusvalías que las impiden trabajar, falta de políticas migratorias claras que hacen que el país se llene de gente que entra de manera ilegal y que no podrá acceder a un puesto de trabajo y necesitará ayudas sociales a las que en la mayoría de los casos acceden con más facilidad que las personas del país, porque, en muchos casos, intencionadamente los gobiernos, los utilizan para sus propios fines políticos.
No quiero decir con esto que las consecuencias de las múltiples guerras que asolan el planeta —al menos 56 conflictos armados, algunos especialmente sangrientos como los de Siria, Sudán, Ucrania, Yemen, Etiopía, la República Democrática del Congo, Somalia o Afganistán— no sean causas por las que luchar. Por supuesto que lo son. Pero también debemos tener en cuenta su enorme complejidad y la cantidad de intereses que los alimentan.
El caso de Israel y Palestina es un ejemplo claro. Este conflicto, que ha dividido al mundo, se reactivó el 7 de octubre de hace dos años, cuando los terroristas de Hamás perpetraron una masacre en un concierto de música electrónica y en varios asentamientos israelíes, asesinando a más de 1.200 personas. Desde entonces, la violencia no ha cesado, aunque ahora parezca estar en “stand by”, y algunos líderes —como Donald Trump— se atrevan a hablar de “fin de la guerra”. Como siempre, los que pagan el precio más alto son los inocentes.
Este conflicto, de difícil resolución, tiene raíces históricas profundas. Su origen se remonta a la época en que el gobierno británico buscó un “hogar” para el pueblo judío, dando lugar a una situación que, décadas después, sigue siendo fuente de tensión y tragedia.
Vivimos en un mundo globalizado y no podemos ser ajenos al sufrimiento de los ciudadanos de otros pueblos. Sin embargo, de muchas otras guerras, apenas se habla. Da la impresión de que todo el esfuerzo y la atención del mundo se centran en Palestina, aunque más que en el pueblo palestino —gobernado por un grupo terrorista—, se habla del conflicto en función de intereses políticos e ideológicos que el conflicto genera. Mientras tanto, nadie parece recordar las barbaridades que también se han cometido desde ese lado. Fotos: MJR
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El Cajón de Lady Pepa, es un espacio donde caben noticias de cualquier ámbito. En está página hablaré de temas que para mi sean interesantes al margen de si son o no actualidad. Es mi espacio, y quiero que sea un reflejo de lo que me apasiona, de lo que me molesta y lo que me sorprende. Me interesa la moda, me gustan los viajes, pero sobre todo admiro a las personas que con sus ideas e iniciativas ayudan a crear un mundo mejor.
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