7 de diciembre de 2025

El cajón de Lady Pepa

Travel, Fashion, Beauty, Culture, Lifestyle… by María José Rasero

El cielo me recuerda quien soy

Ha sido mi cumpleaños y, cuando salí de casa, estaba amaneciendo. Tengo la suerte de vivir en un lugar donde los amaneceres llenos de colores te invitan al optimismo; podría decir que, mirando el cielo, casi puedes olvidar que existe la tierra. Pero la tierra existe… y quienes la habitamos, ni te cuento.

Desde bien temprano he recibido todo tipo de felicitaciones. Bueno, digo “todo tipo” porque queda elegante, pero podría resumirlas en un: “¡Felicidades! Hay que ver lo bien que te conservas.” Y yo: “Muchas gracias por haberte acordado…” Las “felicitaciones” empezaron sobre las nueve de la mañana y casi me destrozan el día, porque los que se extendieron en lo bien que estoy “a mi edad” terminaron empeorándolo.

Son comentarios bienintencionados, sí, pero no sé si en algunos casos eran piropos o recordatorios disfrazados. Y es que, aunque nos resistamos a reconocerlo, vivimos en la época del edadismo. No importa lo que hagas, lo que seas, quién seas o cuáles sean tus capacidades: pasada una edad -cada vez más temprana; según algunos estudios, a los 34 comienza el envejecimiento biológico, ¡madre mía!- la sociedad te lanza un mensaje clarísimo: “Se acabó.” Porque para muchos solo cuenta el número que marca tu carnet de identidad.

Así que, sobre todo las mujeres, a partir de cierta edad, nos volvemos invisibles. Se nos cierran puertas y sufrimos prejuicios en todos los ámbitos. Pero lo más grave es que, en la mayoría de los casos, esa discriminación viene de otras mujeres. Los primeros muros que tienes que derribar son los que levantan ellas mismas y, si además son de tu edad y estéticamente parecen tus madres, es como picar granito. Para muchas personas cumplir años es una condena social.

Curiosamente, los hombres no sufren el edadismo en la misma medida. Les basta con tener la cuenta saneada y un coche más o menos deportivo para tener una cola de jovencitas dispuestas a “salir con un hombre mayor porque son tan interesantes”. Ellos raramente se plantean una relación sentimental con una mujer de su misma edad: si además ella es inteligente, les da miedo, y si aun así lo hacen, parece que es “por hacerles un favor a las pobres, que deben de estar muy necesitadas”. Otros piensan: “¡Uf, esta me dura dos telediarios”, -como si las personas tuviéramos fecha de caducidad-,y aunque les gusten, no se arriesgan. No se paran a pensar en las pocas posibilidades que tendrían, ellos, con esas “pobres mujeres mayores”. A algunos hombres, los inteligentes de verdad, podría no importarles la edad, pero su entorno de mujeres -familia, amigas- no les “permitiría” esa elección porque “podrías aspirar a alguien más joven”. Hacer caso a ese entorno demuestra su nivel de personalidad… así que ese tipo de personajes tampoco le interesaría a una mujer inteligente.

Por supuesto, un hombre así solo atrae a mamarrachas desesperadas que nunca han tenido suficiente personalidad para vivir por sí mismas.

La incultura de gran parte de la sociedad hace que se pierda de vista la realidad: todos cumplimos años, y la edad cronológica es una cosa mientras que la biológica es otra. No se puede medir a todas las personas con el mismo rasero. Cada edad, cada época, cada etapa de nuestra vida es buena para luchar por nuestros proyectos y sueños, para tener ambición, para mejorar. Un número en un documento no puede darnos por muertas.

Los que están “muertos” son quienes dictan modas que prácticamente obligan a las mujeres a mantenerse siempre jóvenes, a base de operaciones de estética y mil arreglos temporales, para poder ser “aceptadas por el mundo”.

No podemos entrar en esa dinámica. No podemos permitir que se convierta a una persona en una caricatura solo para ser aceptada o querida según la opinión de cuatro superficiales. De ese tipo de gente -hombres o mujeres- hay que huir. Si alguien te mira con reservas después de decirle tu edad, hay que salir corriendo.

Ellos son los muertos, porque no aceptan la realidad de la vida ni valoran a las personas por sus virtudes humanas.

Los muertos son los que no aceptan cumplir años, los que no aceptan que la vida son etapas, cada una con su función, con sus cosas buenas y malas, y que seguimos aprendiendo. Que cualquier época es buena para enamorarse, que hay viejos con veinte años y jovencitos con ochenta.

Hay que vivir la realidad de cada momento, pero rodeados de luz. Sacando de nuestra vida la oscuridad. Levantarnos cada día y afrontarlo como un regalo, incluso cuando la tristeza nos invade por cosas horribles que nos hayan pasado. Ir a trabajar pensando que es una suerte, y afrontar el día con alegría, dando gracias por lo que tenemos, porque hay gente que no tiene nada.

Y para mí, lo más importante es la paz: tener paz interior. Cada vez estoy más convencida de que esa paz llega cuando nos quitamos de encima a la gente tóxica: los que nos dicen cómo debemos vivir, qué tenemos que hacer, quienes condicionan nuestra vida y a quienes, por alguna razón, se lo permitimos. Si ese tipo de relaciones -familiares, de amistad o de amor- te hacen feliz, perfecto. Pero si te crean desasosiego, intranquilidad o malestar, es que algo no está bien. Hay que resolverlo, porque la edad, además de arrugas, te hace más sabia. Y no se debería vivir, por ninguna razón, en un entorno donde no seamos felices ni donde se nos trate como niños incapaces. Fotos: MJR

 

 

 

 

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Maria José Rasero periodista
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