“La reconciliación con mi madre es lo más hermoso que ocurrió en la etapa final de mi padre.” Esa frase de Álvaro Vargas Llosa, hijo del Premio Nobel, es quizás la que más me ha llamado la atención de la entrevista que concedió a El País.
Muchos interpretan sus palabras como un dardo hacia Isabel Preysler, seis meses después del fallecimiento de su padre y apenas un mes desde que la socialité publicara su libro autobiográfico, en el que incluye las cartas de amor que el escritor le dedicó durante su relación. Cartas que demuestran, sin lugar a dudas, que Vargas Llosa estaba locamente enamorado de ella. En una de ellas escribe: “Te quiero mucho, te querré siempre, hasta el último día, amor mío.”
El entorno del escritor, sin embargo, parece querer demostrar que con Preysler fue casi infeliz. Sostienen que “siempre fueron una familia” y que su madre, Patricia Llosa -de quien el Nobel se divorció- fue una “santa en vida”, como la definió uno de sus hijos. Nadie lo pone en duda: Patricia, según parece conocía perfectamente las andanzas de su marido. Tanto, que llegó a advertir a Isabel de que lo suyo no duraría mucho, porque era costumbre del escritor desaparecer con otras mujeres. Pero ella, su “santa esposa”, lo soportó todo, sabiendo que, al final, siempre regresaría a casa. Más que con ella, volvía a su refugio, ese lugar seguro donde recargar fuerzas antes de empezar otra vez.
Por eso, cuando inició su relación con Preysler, a Patricia no pareció preocuparle demasiado. Cuando tiempo después se divorciaron, todo indicaba que el Nobel sería el marido definitivo de la socialité, o ella la última mujer del escritor, quince años menor. Pero no fue así.
Álvaro, el hijo mayor, no miente cuando dice que “siempre han sido y serán una familia”, porque el vínculo no se rompe con aventuras sentimentales. Sin embargo, no puede decirse que fueran una familia unida. El escritor intentó limar asperezas cuando sus hijos no aprobaron su relación con Isabel, pero tuvieron que aceptarla cuando esta se consolidó. Aun así, la “tribu” Vargas Llosa nunca vio con buenos ojos a Preysler, y eso pesó sobre la relación.
Vargas Llosa, fiel a sí mismo, no quiso renunciar al amor, un amor que venía de lejos. En cuanto vio que Isabel volvía a estar libre, se lanzó a conquistarla, olvidándose de la mujer con la que aún seguía casado. Probablemente seguía queriendo a Patricia, pero ya no estaba enamorado de ella desde hacía años. Isabel no fue la primera mujer que lo deslumbró, pero sí una de las más importantes.

Esto me hace pensar en tantos hombres que se enamoran y, por miedo al qué dirán o por presión familiar, renuncian a lo que sienten. El amor no siempre es conveniente, pero dejarlo pasar puede ser una de las mayores pérdidas que nos depara la vida.
Álvaro, el hijo del escritor, asiste a cada homenaje a su padre y aprovecha esas ocasiones para recuperar el prestigio personal que, supuestamente, perdió durante los años de relación entre Vargas Llosa y Preysler. Pero ese afán por opacar aquella etapa no parece necesario: guste o no, esa relación también pasará a la historia, como pasó con la de la tía Julia o la de Patricia Llosa, que decidió mantenerse con el título de esposa oficial aunque no se sintiera querida. Al fin y al cabo, era la madre de sus hijos, y eso pesa.

Creo que la familia debería aceptar que las personas tienen distintas facetas. Vargas Llosa nació con el don de la escritura, sí, pero también fue un hombre apasionado al que le gustaban las mujeres. Este tipo de hombres —de los que hay muchos— quizás no deberían casarse, porque el mundo está lleno de mujeres atractivas que no siempre se detienen a mirar si un hombre lleva anillo. Y menos aún si ese hombre es famoso, carismático y reconocido.
Si te casas con un hombre así, solo tienes dos caminos: o lo mandas a freír espárragos con la primera infidelidad, o decides compartirlo sin amargarte. Hay mujeres que prefieren mantener el vínculo pese a todo, y es su decisión. No hay nada que objetar si ambos lo consienten.
Isabel Preysler no pertenecía al mundo literario, sino al de la prensa del corazón. El escritor, sin dejar de escribir, se trasladó a su casa y compartió su estilo de vida. A menudo declaraba lo enamorado que estaba de ella: “guapa, inteligente, cariñosa…” Ambos parecían felices.
Pero, según sus hijos, a él no le gustaba ese mundo de focos y portadas. Así que culparon a Isabel de haberlo llevado por derroteros que -dicen- dañaron su prestigio. Sin embargo, fue él quien eligió vivirlo. Con ella asistió a fiestas, posó en revistas y disfrutó de una vida más ligera y divertida que la del circuito literario.

Ahora, tras su muerte, sus hijos parecen empeñados en ensombrecer elegantemente la reputación de quien, para ellos, fue solo “la amante de su padre”.
El tiempo pasó y la historia terminó. Fueron ocho años de amor con altibajos, hasta que una discusión y un desencuentro pusieron fin a la relación. Vargas Llosa regresó a su casa sin avisar, Isabel le escribió una carta… y ahí se cerró el capítulo.
Tras la ruptura, anciano y enfermo, el escritor volvió al redil y se reconcilió con su ex mujer y con sus hijos. En ese tramo final, todos se unieron alrededor del Nobel. Pero lo que ni Álvaro ni sus hermanos parecen no querer «reconocer» es que su padre no volvió por amor, sino por afecto y necesidad. Solo y enfermo, ¿dónde mejor que en casa, rodeado de quienes siempre lo perdonaron?
El problema es que ahora la familia parece empeñada en borrar la etapa Preysler, insinuando que el escritor nunca estuvo enamorado de ella y que esa relación le hizo perder prestigio. Pero esa no es la verdad. No se puede, por proteger el honor de la madre y del Nobel, negar lo evidente.
Por eso Isabel se ha dado prisa en escribir sus memorias: necesitaba demostrar que Vargas Llosa sí la amó, y que su historia fue real. Publicar sus cartas ha levantado polémica: hay quien dice que vulnera la intimidad del escritor, y otros que la socialité no debería haber contado una verdad que incomoda.

A mí me parece perfecto. Ya está bien de intentar limpiar la imagen de un hombre -por muy Nobel que sea- a costa de manchar la reputación de la mujer que amó. Por respeto a ese amor, su familia debería pasar página.
Nadie duda de que su obra perdurará, pero su vida privada no necesita ser ejemplar. Vargas Llosa fue, ante todo, un hombre: brillante, pasional y humano. Sus hijos harían mejor en centrarse en su legado literario y en sus propias vidas sentimentales, que también han dado titulares, como aquel episodio en la ceremonia del Nobel en Estocolmo, donde uno de ellos llegó con su novia Genoveva Casanova por aquel entonces arrastrando una pierna escayolada -ex de Cayetano Martínez de Irujo-, que acaparó flashes y titulares incluso más que el propio galardonado.
El tiempo pondrá a cada uno en su lugar. Los amores del Nobel quedarán como puras anécdotas; sus obras ya forman parte de la historia.
Yo, siempre recordaré la primera vez que lo vi en persona: fue en 1993, cuando ganó el Premio Planeta con Lituma en los Andes. En la rueda de prensa posterior, le preguntaron cómo había recibido el encargo del libro. Contó que José Manuel Lara lo llamó cuando él estaba en plena campaña electoral, en un pueblo perdido de los Andes. Lara, con su humor característico, respondió rápido: “Bueno, quiere decir que lo llamamos para preguntarle si iba a escribir algo.” Fue divertido. Vargas Llosa siempre fue así: un hombre pasional, inteligente… y, sobre todo, muy vivo. Fotos: MJR
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El Cajón de Lady Pepa, es un espacio donde caben noticias de cualquier ámbito. En está página hablaré de temas que para mi sean interesantes al margen de si son o no actualidad. Es mi espacio, y quiero que sea un reflejo de lo que me apasiona, de lo que me molesta y lo que me sorprende. Me interesa la moda, me gustan los viajes, pero sobre todo admiro a las personas que con sus ideas e iniciativas ayudan a crear un mundo mejor.


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